SOBRE EL CARNAVAL

Ningún Espíritu  equilibrado y de buen sentido, lo cual debe primar en la existencia de las criaturas, puede hacer apología a la locura generalizada que adormece las conciencias, en las fiestas carnestolentiscas.

 

Es lamentable que, en la época actual, cuando los nuevos conocimientos demuestran la capacidad de la mente humana, suministrándole la llave maravillosa de sus elevados destinos, manifestándole las bellezas y los objetivos sagrados de la Vida, se den excesos de esa naturaleza entre las sociedades que se pavonean con el título de civilización.

 

Mientras los trabajos y las enfermedades benditas, casi siempre incomprendidas por los hombres, les burilan el carácter y los sentimientos, prodigándoles beneficios inapreciables de progreso espiritual, la licenciosidad de esos días perjudiciales opera, en las almas indecisas y necesitadas del amparo moral de los otros espíritus más esclarecidos, la reviviscencia de animalidades que sólo los largos aprendizajes hacen desaparecer.

 

Hay en esos momentos de indisciplina sentimental el largo acceso de las fuerzas de la oscuridad en los corazones y, a veces, toda una existencia no basta para realizar la reparación necesaria de una hora de insania y de olvido del deber.

 

Mientras hay miserables que extienden las manos suplicantes, llenas de necesidad y de hambre, sobran las hartas contribuciones para que los salones se adornen y se intensifique el olvido de las obligaciones sagradas por parte de las almas cuya evolución depende del cumplimiento austero de los deberes sociales y divinos.

 

Acción altamente meritoria seria la de emplear todos los recursos consumidos en semejantes festejos, en la asistencia social a los necesitados de pan y de cariño.

 

Al lado de los disfrazados de la pseudo-alegría, pasan los leprosos, los ciegos, los niños abandonados, las madres afligidas y sufridoras. ¿Por qué retardar esa acción necesaria de las fuerzas conjuntas de los que se preocupan con los problemas nobles de la vida, con el fin de que se transforme lo superfluo en la migaja bendecida de pan y de cariño que será la esperanza de los que lloran y sufren? Que nuestros hermanos espíritas comprendan semejantes objetivos de nuestras modestas opiniones, colaborando con nosotros, dentro de sus posibilidades, para que podamos reconstruir y reedificar las costumbres para el bien de todas las almas.

 

Es incontestable que la sociedad puede, con su libre-arbitrio colectivo, exhibir superficialidades y lujos estrafalarios, pero, mientras haya un mendigo abandonado junto a la fastuosidad de su grandeza, ella sólo podrá demostrar con eso un elocuente retrato de su miseria moral.

 

Emmanuel y Francisco Cándido Xavier

Fuente: Revista Internacional de Espiritismo, Enero de 2001

Traducción: Oscar Cervantes Velásquez

 

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