LAS POSEIDAS DE LOUDUN

En la Francia del siglo XVII, muchos sacerdotes vivían de una forma poco diferente a la del resto de los hombres, y algunos hacían gala de una conducta tan licenciosa que podían rivalizar con los hombres de mundo. Uno de ellos era el apuesto padre Urbain Grandier, designado en 1617 párroco de St. Pierre du March‚ en Loudun.

 

Como colofón de las dificultades que debía haber previsto a consecuencia de sus famosos amoríos, el padre Grandier se burló del poderoso cardenal Richelieu, que por entonces había caído en desgracia ante el rey Luis XIII. Se sospechaba que el sacerdote era el padre del hijo de Philippa Trincant, hija del fiscal de Loudun, y se sabía con certeza que era amante de una de sus penitentes, Madeleine de Brou.

 

Causó poca sorpresa que, tras trece años de ejercer como párroco y de llevar aquella vida alegre y escandalosa, plagada de “matrimonios de conciencia”, el 2 de junio de 1630 fuera acusado de inmoralidad por otros religiosos, maridos y novios celosos, ante su enemigo, el obispo de Poitiers, y que lo declararan culpable. Pero el padre Grandier tenía buenas relaciones entre los políticos y logró que levantaran la suspensión de sus deberes eclesiásticos al año siguiente por orden del arzobispo de Burdeos, Sourdis, antiguo compañero de estudios.

Para evitar la venganza, sus enemigos recurrieron al padre Mignon, también enemigo de Grandier y confesor de las monjas de un pequeño convento de ursulinas de Loudun. El plan consistía en convencer a varias religiosas de que estaban endemoniadas, exorcizarlas y hacerles jurar que el padre Grandier las había hechizado tras tener relaciones sexuales con él o simplemente por haberlo visto en sus correrias.

 

Se prestaron la madre superiora, sor J'eanne des Anges (madame de Báclier perteneciente a una alta familia aristocrática de la época) y una monja: sufrían convulsiones increíbles, contenían el aliento hasta que se hinchaban de una forma prodigiosa y alteraban el rostro y la voz. Sor Jeanne aseguraba que estaban poseidas por dos demonios, Asmodeo y Zabulón, a los que enviaba el padre Grandier, pero el plan falló y el resultado fue simplemente que el 21 de marzo de 1633, el arzobispo prohibió que el padre Mignon y el padre Pierre Barr‚ llevaran a cabo más exorcismos. Aunque se permitió a las monjas que reanudaran sus tranquilas vidas, continuó la conspiración contra el padre Grandier.

 

Jean de Laubardemont, pariente de la madre superiora y amigo del cardenal Richelieu, por entonces omnipotente, fue a Loudun en viaje oficial para supervisar el derribo de la fortaleza. Le contaron que el padre Grandier había publicado una virulenta sátira que enfureció a Richelieu; además, sabía que una de las monjas, sor Claire de Sazilly, era pariente del cardenal. No podía desaprovechar la oportunidad de humillar al párroco, y Richelieu estaba deseando demostrar su poder.

 

Se ordenó a Laubardemont que formara una comisión con dos magistrados complacientes con el fin de arrestar y procesar por brujería al padre Grandier. Volvió a ponerse en práctica el primer plan. Exorcizadas por el padre Lactance, franciscano, el padre Tranquille, capuchino, y el padre Surin, jesuita, las monjas renovaron sus acusaciones contra el padre Grandier.

 

Varias de sus amantes abandonadas, incluídas varias monjas, contribuyeron a la acumulación de pruebas. Sesenta testigos declararon que el acusado había cometido adulterios, incestos, sacrilegios y otros delitos, incluso en los lugares más recónditos de su iglesia, como en la sacristía, donde se guardaba la sagrada hostia, todos los días y a cualquier hora.

Los sacerdotes exorcizaron a las monjas en público, y se congregaban grandes multitudes para ver y oír las denuncias contra el padre Grandier. Por último, obligaron al padre Grandier a exorcizar a las monjas, pues ellas aseguraban que era quien las había endemoniado. Como una de las pruebas más claras de posesión era la capacidad del energúmeno para hablar lenguas extranjeras, el padre Grandier se dirigió a una de las monjas en griego, pero la religiosa estaba preparada.

 

“Ah, que sutil sois. Sabéis muy bien que una de las condiciones del pacto que firmamos fue no hablar jamás en griego”. Según Des Niau, el sacerdote no se atrevió a interrogar ni a ella ni a las demás en griego, a pesar de que le incitaron a hacerlo, ante lo cual quedó muy turbado. Al final las monjas acusaron al sacerdote de brujería.

 

La madre superiora juró que el padre Grandier las había hechizado arrojando un ramo de rosas por encima de los muros del convento. Mientras fueron acumulándose las acusaciones contra él, el padre Grandier no tomó ninguna medida para contraatacar, pensando que no lo condenarían por un delito imaginario, pero el 30 de noviembre de 1633 lo encarcelaron en el castillo de Angers. Según el testimonio recogido posteriormente por Nicholas Aubin, le descubrieron inmediatamente varias marcas del diablo por el sencillo método de infligirle una cortadura con una afilada lanceta en una parte del cuerpo, haciéndole gritar de dolor y rozar enseguida otro punto con la punta roma, de modo que no sentía dolor.

 

En el juicio oral quedó constancia de la existencia de cuatro puntos, en las nalgas y los testículos. Un boticario de Poitiers, que presenciaba la farsa, arrebató la lanceta a los verdugos y demostró que el sacerdote tenía sensibilidad en el cuerpo. El médico que lo preparó para la tortura, el doctor Fourneau, también declaró que no había encontrado marcas del diablo. El juicio, que se celebró en Loudun, fue irregular y una burla para la justicia. En primer lugar, deberían haber procesado a Urbain Grandier ante un tribunal civil y haberle permitido apelar al Parlamento de Paris (tradicionalmente reacio a las acusaciones de brujería. Por eso, el cardenal empleó el truco de crear un comité de investigación. En segundo lugar, se dejaron a un lado los procedimientos legales acostumbrados. El ministerio fiscal presentó el pacto del padre Grandier con el Diablo, presuntamente escrito de su puño y letra y que el demonio Asmodeo había sustraído del armario de Lucifer para llevarlo ante el tribunal. El manuscrito se conservó durante muchos años como curiosidad.

 

Relación de las monjas posesas y los demonios que vivían en ellas:

 

·  J'eanne des Anges, Leviatán vívia en el centro de su frente, Beherit en el estómago, Balaam en la segunda costilla del lado derecho e Isacaaron debajo de la última costilla del izquierdo.

·  Louise de Jesús, Eazaz bajo el corazón y Caron en medio de la frente.

·  Agnes de la Morte-Baracé, Asmodeo debajo del corazón y Beherit en el estómago.

·  Claire de Sazilly, Zebulón en la frente, Neftalí en el brazo derecho, San Fin debajo de la segunda costilla de la parte derecha, Elymi a un lado del estómago, Enemigo de la Virgen en la garganta, Verrine en la sien izquierda y Concuspiscencia en las costillas de la parte izquierda.

·  Seraphica, tenía un encantamiento consistente en una gota de agua vertida en su estómago por Baruch o Carreau.

·  Anne d'Escoubleau, el demonio Elymi vivía en su estómago vigilando una hoja de agracejo.

·  Isabeau Blanchard, un demonio en cada axila y en su nalga izquierda a Tizne de Impureza.

·  Françoise Filatreau, Ginnillion en la parte anterior del cerebro, Jabel se paseaba por dentro de ella, Buffetison bajo el ombligo y Rabo de Can en el estómago.

 

El tribunal no permitió que varias monjas se retractaran de sus declaraciones contra el sacerdote, alegando que su cambio de actitud respondía a una tentativa del Diablo para salvar a su siervo. Las religiosas reiteraron que unos monjes que odiaban al párroco les habían dictado el testimonio. No hicieron caso a la madre superiora cuando ésta apareció ante el tribunal con un nudo corredizo alrededor del cuello y amenazó con ahorcarse para expiar su falso testimonio. Varios amigos del padre Grandier quisieron declarar a su favor, pero Laubardemont los acalló, amenazándolos con acusarlos de brujería. Un médico de la localidad, el doctor Claude Quillet, descubrió imposturas en los exorcismos públicos en los que se había acusado al padre Grandier y quiso declarar ante la comisión, pero Laubardemont ordenó su detención, y el doctor Quillet se salvó gracias a que huyó a Italia. Laubardemont también dictó órdenes judiciales contra los tres hermanos de Grandier, dos de los cuales eran también párrocos, y todos tuvieron que huir. En una reunión pública promovida por el baile de Loudun en apoyo del sacerdote se protestó por la arbitraria actuación del comité. Laubardemont los aplastó, alegando que era un ataque contra el rey y, por tanto, una traición.

 

El 18 de agosto de 1634 se dictó sentencia, que incluía los dos grados de tormento y ser quemado vivo. Aunque la tortura fue tan cruel que el tuétano se le salió de los huesos, el padre Grandier reiteró su inocencia y se negó a dar el nombre de cómplices imaginarios.

 

Según un manuscrito de la época, el padre Tranquille y otros capuchinos participaron en la tortura y le machacaron las piernas. Era tal la furia que les producía la fortaleza del sacerdote, que demostraron que era hechicero con el argumento de que cada vez que rezaba a Dios, en realidad invocaba al Diablo, su verdadero dios.

 

Habían prometido al padre Grandier que le permitirían hacer una declaración cuando se encontrase a punto de morir y que le estrangularían antes de llevarlo a la hoguera. Sin embargo, los frailes que le acompañaron al patíbulo le impidieron hablar arrojándole grandes cantidades de agua bendita. Según cierto testimonio, que ha sido muy discutido, los frailes le hicieron callar golpeándole el rostro con un pesado crucifijo, con el pretexto de dárselo a besar. Sea como fuere, colocaron de tal forma la soga que no se podía tensar. El padre Lactance, franciscano, encendió la pira y, junto a la señora de Laubardemont, contempló encantado los sufrimientos de Grandier mientras se quemaba. Antes de morir Grandier le gritó a Lactance: " Hay un Dios en el cielo que nos va a juzgar a ti y a mí. Te ordeno que comparezcas ante él todavía en este mes".

 

La maldición se transformó en realidad y sus verdugos tampoco quedaron libres de sufrimientos: el padre Lactance murió demente al cabo de un mes, posiblemente tras la mordedura de un perro rabioso. Sus últimas palabras fueron: “Grandier, yo no fui responsable de tu muerte”. El padre Tranquille también murió demente, al cabo de cinco años, el doctor Mannouri, interrogador de brujos, acabó tan obsesionado con sus propias falsedades que murió en medio de terribles delirios, y el padre Barré fue desterrado de Francia en 1640 por connivencia con los falsos endemoniados de Chinon. Aunque después de la muerte del padre Grandier deberían haber cesado las manifestaciones de posesión diabólica de las monjas, éstas continuaron mostrando los mismos síntomas, y la ciudad y el convento obtuvieron grandes beneficios al convertirse en centro de atracción turística.

 

Lord Montagu, un noble inglés calvinista, le impresionaron de tal modo los exorcismos del jesuita Surin que cambió su religión por el catolicismo.

 

Tiempo después, la sobrina de Richelieu, duquesa d’Aiguillon visitó Loundun y pronto se dio cuenta de que todo era un engaño para obtener dinero. Cuando se lo dijo a su tío el cardenal éste dejo de mandar la pensión que había prometido a las monjas, las cuales dejaron de estar poseídas al no conseguir beneficios económicos.

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