Por: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia
Amigo lector, el presente trabajo es el fruto de nuestras elucubraciones sobre el papel que juegan las colonias espirituales en el momento en que como encarnados dejamos el envoltorio terrestre, “despertando” para la espiritualidad, en condiciones que dependerá del estado evolutivo del espíritu que desencarna. Es necesario reconocer, de acuerdo a las enseñanzas que El Espiritismo nos ofrece, que al asumir un nuevo cuerpo, nos condicionamos a ciertos comportamientos y hábitos, tanto en el campo moral como en el físico, con los cuales cargaremos hacia la patria espiritual, como son los apegos materiales a la alimentación, el sexo, el descanso, etc... Y son esos condicionamientos, más no necesidades reales del Espíritu, de los cuales nos debemos desembarazar, los que nos llevan a agrupar y organizarnos en el plano espiritual. De ahí, por qué la enseñanza del Maestro Jesús acuñada en Mateo 22:32, “Dios no es Dios de los muertos, sino de los vivos, ya que para Él todos viven”.
Y ese “resucitar” del Espíritu, en el mundo de los espíritus, documentadas no solo en las obras mediúmnicas sino en las enseñanzas del Antiguo y del Nuevo Testamento, permiten comprender por qué Jesús en la Parábola del mal rico (Lucas cap. XVI, 19 a 31) nos esclarece acerca de las regiones en que nos ubicamos de acuerdo al progreso alcanzado al momento de la desencarnación; “hay para siempre una gran sima entre nosotros y vosotros, de manera que los que quieren pasar de aquí a vosotros no pueden, como ninguno también puede pasar para acá del lugar en que estáis”. Ello, hecha por tierra la enseñanza impartida por las religiones acerca del estado del alma luego de la muerte, donde el alma “dormida” espera el momento de la resurrección de los justos.
Y es que nuestro regreso a la patria espiritual está sujeto a la ley de las afinidades, pues “La orientación de sus pensamientos los eleva naturalmente hacia el medio que les corresponde; porque el pensamiento es la propia esencia del mundo espiritual, siendo la forma fluídica apenas el vestido. Donde quiera que sea, se reúnen los que se aman y comprenden. Herbert Spencer, en un momento de intuición, formuló un axioma igualmente aplicable a ambos mundos. La vida, dice él, es una simple adaptación a las condiciones exteriores.
Si se es propenso a las cosas de la materia, el Espíritu queda preso a la Tierra y se mezcla con los hombres que tienen los mismos gustos, los mismos apetitos; cuando es llevado hacia el ideal, hacia los bienes superiores, se eleva sin esfuerzo hacia el objeto de sus deseos, se une a las sociedades del Espacio, toma parte en sus trabajos y goza de los espectáculos, de la armonía del Infinito[1].
Las informaciones que desde el mundo espiritual recibimos a través del fenómeno mediúmnico, nos permiten reconocer las dificultades que enfrentan quienes regresan a la patria espiritual y todo lo que ello conlleva, tal como lo expone Allan Kardec en el libo El Cielo y el Infierno:
“El estado del espíritu en el momento de la muerte puede resumirse así: El espíritu sufre tanto más cuanto el desprendimiento del periespíritu es más lento. La prontitud del desprendimiento está en razón del grado de adelanto moral del espíritu. Para el espíritu desmaterializado, cuya conciencia es pura, la muerte es un sueño de algunos instantes, exento de todo sufrimiento, y cuyo despertar está lleno de suavidad”[2].
No hay duda que uno de los más grandes enigmas para la humanidad encarnada en la Tierra lo representa el fenómeno de la muerte y todo el ritualismo que acompaña el tratamiento de los despojos por parte de familiares y amigos. Siendo la muerte una consecuencia natural de la vida, nadie se escapa al irrebatible hecho de enfrentarla. Como afirma Juana de Ángelis en la obra Mies de Amor: “Todo lo que nace muere: Es la Ley”.
León Denis, uno de los clásicos de la Doctrina Espírita, quien en sus aportes sobre el tema de la muerte, nos esclarece que: “En nuestra época, en que tantas convicciones se debilitan y se apagan, donde tantas ilusiones caen hechas jirones, el respeto, el culto a la muerte es una de las raras tradiciones vivas que subsiste. El recuerdo de los seres queridos persiste, intenso y profundo, en el corazón del hombre. Es en Paris, no lo olvidemos, que se estableció el uso del saludo al paso del cortejo fúnebre[3]”.
Y es el mismo autor quien en su obra “El Problema del Ser y del Destino” manifiesta que: “La situación del Espíritu después de la muerte es la consecuencia directa de sus inclinaciones, sea hacia la materia, sea hacia los bienes de la inteligencia y del sentimiento. Si las propensiones sensuales dominan, el ser forzosamente se inmoviliza en los planos inferiores que son los más densos, los más groseros. Si alimenta pensamientos bellos y puros, se eleva a esferas en relación con la misma naturaleza de sus pensamientos”. De esta manera, siendo herederos de nuestros pensamientos y actos, la paz interior conquistada o el desequilibrio impúdico en el que nos deleitamos, formaran parte del capital espiritual acumulado a nuestro paso por la Tierra y es deber nuestro enfrentarnos a esa realidad. Además, el regreso a la patria espiritual representa para el desencarnado todo un desafío, como quiera que el cielo y el infierno pregonado por la cultura religiosa en su ortodoxia, no será el patrimonio a heredar y si la ubicación en las esferas espirituales propias a nuestro estado evolutivo.
Hoy comprendemos con El Espiritismo que “la muerte no nos priva ni siquiera de las cosas de este mundo. Continuaremos viendo a aquellos que amamos y dejamos detrás de nosotros. Desde el seno de los espacios, seguiremos los progresos de este planeta; veremos los cambios que se efectúan en la superficie; asistiremos a los nuevos descubrimientos, al desarrollo social, político y religioso de las naciones. Y hasta el momento mismo de la vuelta a la carne, tomaremos parte flúidicamente en él, ayudando, influenciando, en la medida de nuestro poder y adelanto, a aquellos que trabajan en provecho de todos[4]”.
El destino de nuestros seres amados de regreso al mundo espiritual, ante el vacío que dejan con su ausencia física, lo compensan buscándonos para estar cerca de nosotros: “Los seres llorados que buscáis en los cementerios están a menudo a vuestro lado. Aquellos que fueron la fuerza de vuestra juventud, que os mecieron en sus brazos; los amigos, los compañeros de vuestros pesares, vuelven y velan sobre vosotros; y todas las formas, todos los dulces fantasmas de los seres encontrados en vuestro camino, que han intervenido en vuestra existencia y se han llevado con ellos un poco de vuestras almas y de vuestro corazón, no os abandonan tampoco. Alrededor vuestro flota la multitud de hombres desaparecidos en la muerte, multitud confusa que vuelve a vivir y os llama y os enseña el camino a seguir[5]”. Con esta asertiva, el Apóstol del Espiritismo corrobora lo que en su momento Pablo de Tarso aseguraba a los judios en sus famosas epístolas: “Estamos cercados por una nube de testimonios”[6].
Razón tiene la mentora espiritual Juana de Ángelis cuando en la obra “Autodescubrimiento” asegura que “el desconocimiento de la inmortalidad, las informaciones fragmentarias, las leyendas y fantasías, los misterios, la ignorancia, vistieron a la muerte de inusitadas e irreales expresiones que no corresponden a la realidad”.
Sin embargo, son muchas las indagaciones que surgen al observar como un alto porcentaje de nuestra humanidad desconoce las leyes espirituales que nos rigen, razón que me lleva a la formulación de las siguientes preguntas: ¿Cómo interpreta el hombre el fenómeno biológico de la muerte? ¿La vida se acaba cuando sufre la transformación material? ¿Por qué algunas culturas la han observado como la continuidad de la vida? ¿Por qué para otras es la negación absoluta de las mismas? ¿Pesan tanto los atavismos religiosos y culturales sobre la esencia espiritual, que le impide aceptar como una realidad la vida en el mundo espiritual? Siendo el estado corporal transitorio y pasajero, ¿cuánta influencia ejerce la materia sobre el espíritu como para llevarlo a desconocer las verdades del mundo espiritual? ¿Existe en la codificación Kardeciana referencias sobre las esferas espirituales? ¿Cuáles son las razones para que el ser reencarnado olvide tan fácilmente la existencia de las colonias? ¿Existen colonias espirituales en cada uno de los países que forman parte del planeta Tierra? ¿Hay colonias espirituales en Colombia? Todos estos interrogantes forman parte de una serie de inquietudes que me asaltan, como estudioso de la Doctrina Espirita, y que buscaremos dilucidar en la medida en que la literatura espírita y las orientaciones del mundo espiritual nos ayuden a encontrar respuestas a las mismas.
[1] El problema del ser y del destino, León Denis. Editorial Kier.
[2] Capítulo, El tránsito; pág. 88, El Cielo y el Infierno, Allan Kardec.
[3] El Más Allá y la Supervivencia del Ser, León Denis.
[4] El Problema del Ser y del Destino, León Denis. Editorial Kier.
[5] El Problema del Ser y el Destino”, León Denis. Editorial Kier.
[6] Epístola a los Hebreos, 12:1