Diciembre, 1770.
En mi primera estadía en Londres, hace cerca de cuarenta y cinco años, conocí a una persona que tenía una opinión casi semejante a la de vuestro autor. Su nombre era Hive, era viuda de un
impresor. Murío poco depués de mi partida. En su testamento, obligo a su hijo a leer publicamente, en Salter’s-Hall, un discurso solemne, cuyo objetivo era probar que la Tierra es el verdadero
infierno, el lugar de punición para los Espíritus que hayan pecado en un mundo mejor. En expiación de sus faltas, son enviados hacia acá, bajo formas de toda especie. Hace mucho tiempo vi ese
discurso, que fue impreso. Recuerdo las citas de la Escritura que allí no faltaban; se suponía que, aunque hoy no guardásemos ningún recuerdo de nuestra preexistencia, de ella tomaríamos
conocimiento después de nuestra muerte y recordaríamos los castigos sufridos, de manera que fueran corregidos.
En cuanto a los que aún no hubiesen pecado, la vista de nuestros sufrimientos debía servirles de advertencia.
De hecho, aqui vemos que cada animal tiene su enemigo, y ese enemigo tiene instintos, facultades, armas para aterrorizar, herir, destruir. En cuanto al hombre, que está en elo primer grado de la escala, es un demonio para su semejante. En la doctrina recibida de la bondad y de la justicia del gran Creador, parece que es preciso una hipótesis como la de la senhora Hive, para conciliar con la honra de la divinidad ese estado aparente del mal general y sistemático. Pero en ausencia de la historia y de los hechos, nuestra razón no puede ir más lejos cuando queremos descubrir lo que fuimos antes de nuestra existencia terrestre, o lo que seremos más tarde. (Magazin pittoresque, octubre de 1867, pág. 340).
En la Revista de agosto de 1865 vemos el epitáfio de Franklin, escrito por el msmo y que dice así:
Aquí yace el cuerpo de Benjamín Franklin, impresor (como la cubierta de un libro viejo, con su interior rasgado, despojada de su texto y sus dorados), como alimento para los gusanos; Pero la obra no se perderá, Porque (como él creyó) aparecerá de nuevo, en una edición nueva y más elegante, revisada y corregida por el Autor.
Una de las grandes doctrinas
del Espiritismo, la pluralidad de las existencias, era profesada hace más de un siglo por un hombre considerado con toda razón como una de las luces de la Humanidad. Sin embargo esta idea es tan
lógica, tan evidente por los hechos que diariamente vemos a nuestros ojos, que está en el estado de intuición en una multitud de criaturas. De hecho, hoy es admitida por la élite de las
inteligencias, como princípio filosófico, fuera del Espiritismo. El Espiritismo no la inventó, pero la demostro y probó; y, del estado de simple teoría, pasó a un hecho positivo. Es una de las
numerosas puertas abiertas a las ideas espíritas, porque, conforme explicamos en otra circunstancia, admitido ese punto de partida, de deducción en deducción se llega forzozamente a todo lo que
enseña el Espiritismo.
Tomado de la Revista Espirita, diciembre de 1867.