Días aciagos vivimos en nuestro país como consecuencia de la acción de los violentos, las notas judiciales de los diarios regionales anuncian cada día la actividad delincuencial que azota a los ciudadanos de bien y mantienen en vilo a toda una sociedad que no encuentra salida a semejante situación.
Innumerables preguntas quedan sin respuestas, ante el clamor ciudadano que implora ante las autoridades solución a esta profunda crisis de valores que afecta a nuestra sociedad. En vano pretenden sociólogos, políticos, periodistas y todos aquellos que participan en el análisis político-social de nuestro país, exponer diversas teorías que justifiquen las motivaciones de los violentos en su accionar diario en contra del ciudadano inerme. Algunos argumentan que tal situación es la consecuencia lógica de la crisis económica que en estos tiempos está afectando a nuestra sociedad.
Colombia cuenta en la actualidad con una nueva Ley de Seguridad Ciudadana que pretende disminuir los índices de criminalidad urbana, sin embargo, de todos es conocido en un país sui generis como el nuestro que “hecha la ley, hecha la trampa”, los antisociales y muy particularmente los abogados defensores se las ingenian para dejar libres en muy poco tiempo a sus defendidos, quienes inmediatamente vuelven a sus actividades delincuenciales sin ningún tipo de reato moral.
Pretendemos apoyarnos en el conocimiento espírita para aportar luces de entendimiento a la dinámica del fenómeno violento que asola a nuestras ciudades y de la cual participan imberbes jóvenes apenas salidos de la adolescencia, quienes con sevicia atentan contra la vida de aquellos que traten de impedir sus fechorías.
Relata la mentora espiritual Juana de Ángelis en la obra Adolescencia y Vida, que “Trescientos años a.C. Aristóteles escribió que los adolescentes son impetuosos, irascibles con tendencia a dejarse llevar por los impulsos, demostrando cierta irritabilidad en relación al comportamiento juvenil. A su vez, Platón disuadía el uso de bebidas alcohólicas por los jóvenes antes de los dieciocho años, debido a la rápida excitabilidad de los mismos y proponía: No añadir fuego al fuego”.
Si a ello anotamos que de acuerdo a informaciones provenientes de diversas fuentes espirituales, en la actualidad, en razón al advenimiento de una nueva era para la humanidad terrestre, se están limpiando los abismos y las tinieblas trayendo a la carne a innumerables espíritus comprometidos moralmente, los cuales pasan a engrosar desde muy temprana edad a las filas de los violentos a causa de la deficiente educación ofrecida en el hogar, que al decir de Juana de Ángelis, “es la mejor escuela educativa, la más eficiente, porque las lecciones ahí suministradas son vivas e impresionables, cargadas de emoción y fuerza”.
Y amplia más este concepto al asegurar que: “La familia equilibrada, o sea, estructurada con respeto y amor, es fundamental para una sociedad justa y feliz.
Infelizmente, eso no es lo que ocurre, y de eso resulta una sociedad juvenil desorganizada, revuelta, agresiva, desinteresada, cínica o depresiva, deambulando por los torpes rumbos de las drogas, de la violencia, del crimen, del desvarío sexual” [1].
Bittencourt Sampayo reafirma lo anteriormente expuesto al aclararnos que: “viven hoy en la Tierra mayor número de Espíritus encarnados que la totalidad de su población desde el principio de la vida planetaria hasta nuestros días, o sea: hasta 1825 vivieron en la carne en un momento dado, mil millones de criaturas humanas; hasta 1925 esa suma alcanzó dos mil millones y actualmente pasa a la cifra de los tres mil millones.
Ese hecho, señala la magnitud de vuestra época, porque en los días que corren, epílogo de un ciclo planetario, se limpian los umbrales de la Espiritualidad inferior, reformándose los museos de sufrimientos purgatoriales, forjados a través de innumerables milenios…”[2].
Pero el ciudadano del común que día a día trabaja honradamente para suplir sus necesidades materiales y que no logra comprender ni entender como existen seres con tan poca autoestima y poco valor por la vida humana, debe aprender a lidiar con el psiquismo violento de estos personajes que tarde o temprano tendrán que enfrentarse a su realidad espiritual, sufriendo la angustia y remordimiento por el mal practicado debiendo padecer dolorosos rescates en el momento oportuno.
Es por ello que debemos aprender a enfrentarnos a este fenómeno social y violento, pues en cualquier momento podemos participar como actores principales de un atraco callejero y ¿cuál sería nuestra actitud ante tal atropello? ¿Nos resistiríamos? ¿Increparíamos a los delincuentes? O simplemente asumiremos una actitud pasiva para evitar que atenten contra nuestra vida.
Enfrentarnos a los delincuentes tal como lo han hecho muchos, lo cual ha representado la perdida de la vida de una forma miserable, no es más que una muestra del orgullo que aún manejamos y que nos impide aceptar ser humillados por quienes haciendo uso de la fuerza nos obligan a entregar bienes materiales que podríamos con el tiempo volver a recuperar. Jesús de Nazaret reconociendo la inferioridad humana y los graves problemas en el manejo del orgullo, en su momento sentenciaba que: “Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames”[3]. Sabia enseñanza que nos invita a reflexionar sobre la importancia de la vivencia evangélica en el discurrir de nuestros días, como aspirantes a discípulos de Jesús que somos.
Oscar Cervantes Velásquez