CURA DE A´RS

JUAN MARIA VIANNEY
JUAN MARIA VIANNEY

1786-1859

 

Juan María Vianney nació el 8 de mayo de 1786, en Dardilly, aldea a diez kilómetros al norte de Lyon. Fue el cuarto hijo del matrimonio Mateus y Maria Vianney, que tuvieron 7 hijos.

 

Desde los cuatro años, le gustaba frecuentar la Iglesia. Cuando eso se tornó imposible, por las persecuciones que el Estado desencadenó, él hacia sus oraciones habituales, todas las tardes, en la casa de sus padres.

 

Cuando fue abierta la escuela, Vianney, adolescente la frecuentó durante dos inviernos, porque él trabajaba en el campo siempre que el tiempo lo permitía. Fue entonces que aprendió a leer, escribir, contar y hablar francés, pues en su casa se hablaba un dialecto regional.

 

Fue en la escuela que se hizo amigo del padre Fournier, y poco a poco fue creciendo en él, el deseo de ser sacerdote. Fue necesario mucha insistencia, pues el padre, de ninguna manera, deseaba dispensar de los brazos fuertes que la tierra necesitaba.

 

A los 20 años siguió hacia Écully, a la casa de su tío Humberto. Sabia leer, pero escribía y hablaba francés muy mal. Además de perfeccionar la lengua patria, precisó aprender latín, pues en la época los estudios para el sacerdocio eran hechos en latín, así como toda la celebración litúrgica.

 

El 28 de mayo de 1811, a los 25 años de edad, en  la catedral Saint-Jean se convirtió en el clérigo de la diócesis. Por tener fama de ignorante ante sus superiores, le fue confiada la parroquia de Ars en Dombes, o tal vez porque le conociesen la grandeza de su alma. En Ars, no había pobres, sólo miserables.

 

Juan Maria Vianney llegó a Ars un viernes, 13 de febrero de 1818. Vino en una carroza trayendo algunos muebles y utensilios domésticos, algunos cuadros piadosos y su mayor tesoro: su biblioteca de cerca de trescientos volúmenes.

 

Cuentan que encontró un pequeño pastor a quien pidió que le indicase el camino. La conversación fue difícil, pues el pequeño no hablaba francés y el dialecto de Ars difería del de Écully. Pero acabaron por comprenderse.

 

La tradición narra que el nuevo párroco había dicho al pequeño: "Tu me mostraste el camino de Ars: yo te mostrare el camino al cielo."Un pequeño monumento de bronce a la entrada de la aldea recuerda ese encuentro".

Él mismo preparaba sus alimentos. Sólo dos platos: unas veces, batatas, que ponía a secar al aire libre. Otras veces, "mata-hambre", grandes bolas de harina de trigo oscura. Un poco de pan y agua. Era lo suficiente. Comía poco. Cuando le daban pan blanco, lo cambiaba por el oscuro y distribuía el primero a los pobres.

 

Dizia: "Tenho um bom físico. Depois de comer não importa o quê e de dormir duas horas, estou pronto para recomeçar."

 

Lo que más lo valorizaba era la caridad y la gentileza. Grandes sumas él disponía ayudando a los parroquianos. Dinero que provenía de la pequeña herencia de su padre, que le enviara su hermano Francisco y de las donaciones de personas adineradas, a quienes él sensibilizaba por la palabra y la dedicación.

 

Por el año 1830, era muy grande el flujo de personas que se dirigía a Ars. Los peregrinos no tenían otro objetivo si no ver al párroco y, por encima de todo, poder confesarse con él. Para conseguirlo, esperaban horas...a veces, la noche entera.

 

Ese párroco que dormía lo mínimo para atender a todos, madrugada adentro. Que vivía en extrema pobreza y austeridad, vendiendo muebles, ropas y calzados suyos para dárselo a otro.

 

Se conmovía con el dolor ajeno. Cuando se ponía a oír a los penitentes que lo buscaban, derramaba lágrimas como si estuviese llorando por si mismo. Decía: "Yo lloro lo que ustedes no lloran".

 

Tanto trabajo, poca alimentación y reposo, fueron cansando al viejo cura. Él deseaba dejar la parroquia para tomar algo de descanso. Pero los hombres y mujeres de la aldea hicieron tal coro a su alrededor, que resolvió permanecer allí.

 

Él, que en su juventud fuera ágil, ahora andaba arrastrando los pies. En los días de inverno, sentía mucho frío.

 

En 1859, el jueves 4 del mes de agosto, a las dos de la madrugada, desencarnó tranquilamente.

 

Dos días antes, ya bastante debilitado fue visto llorando. Le preguntaron si estaba muy cansado.

 

- "Oh, no", respondió. "Lloro pensando en la gran bondad de Nuestro Señor en venir a visitarnos en los últimos momentos".

 

Juan Maria Vianney comparece en la Codificación con un mensaje en "El Evangelio según el Espiritismo", en su capítulo VIII, ítem 20, intitulado "Bienaventurados los que tienen los ojos cerrados", donde demuestra la humildad de que se revestía, el concepto que tenía de los dolores sobre la faz de la Tierra y el profundo amor al Señor de la Vida.

 

Fuente: Joulin, Marc. Juan Maria Vianney, el cura d'Ars. PAULINAS, 1990; Kardec, Allan. El Evangelio según el Espiritismo. FEB, 1987.

 

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