La cronista de los pobres
Sevilla, capital andaluza, ciudad oriental de España, es la hermosa tierra donde nació Amalia Domingo y Soler, el 10 de noviembre de 1835. Ese espíritu sensible recibió la influencia de esa bella ciudad con un pasado histórico rico, donde se acumuló la herencia de sus fundadores fenicios que la llamaban Hispalis; de los posteriores conquistadores griegos y cartagineses; del recuerdo de los romanos representado por las columnas de Hércules levantadas a ambos lados de la alameda; de los visigodos que la convirtieron en la capital de su reino, y de los moros que la adornaron con sus más célebres monumentos, aún presentes en la graciosa Giralda -hermana gemela de la torre de Hasan de Rabat y de la Kutubija de Marraquesh - y la maciza Torre del Oro -vestigio de las murallas almohades - convertida en vigía de los tesoros que llegaban de América, cuando la ciudad recibió el monopolio del comercio con el Nuevo Mundo, en 1501. Por último, sumada a esa herencia heterogénea, los Reyes Católicos instalaron en ella su Corte, y dejaron allí su placa indeleble.
Esta mezcla de culturas representó el marco en el que se desenvolvió Amalia. Este escenario del Alcázar morisco, de los bosques de naranjos y limoneros, bañado por el Guadalquivir y adornado de templos magníficos con jardines famosos, fue el lugar elegido para su entrada en la vida encarnada.
Su nacimiento significó una enorme alegría en el hogar de los Domingo y Soler, pero la sospecha de que la niña sería ciega vino a empañar esa felicidad. Aparentemente, un boticario le administró un medicamento que hizo desaparecer la posibilidad inmediata de la ceguera.
Su enfermedad no llegó a alcanzar tal gravedad, pero sus biógrafos sostienen que siempre tuvo trastornos visuales. No determinaron con exactitud su afección, pero se conservan relatos contradictorios, con algunas creencias en boga en aquella época, que oscurecen las conclusiones. Por ejemplo, el uso de implementos supuestamente curativos entonces, pero considerados inefectivos hoy, o la prohibición de usar sus ojos en la costura aunque no en la lectura, indicación que no resiste una crítica basada en los conocimientos actuales. Como sea, se ha mencionado la existencia de dificultad visual desde su infancia hasta sus últimos días.
Creció en un núcleo familiar dirigido por el terror, donde el rigor y el miedo imperaban como método educativo. La unión de sus progenitores no era feliz, la frecuente ausencia del padre no contribuyó al acercamiento con su hija y finalmente, su situación se agravó con el abandono definitivo.
La madre, por su parte, se dedicó totalmente a su hija como una manera de compensar su soledad y la sobreprotegió, dedicándose a darle todos los placeres posibles. A pesar de las dificultades económicas, derivadas de los exiguos ingresos provenientes del trabajo de su madre, Amalia adquirió unos hábitos no acordes con su situación real. Era cuidada como una niña rica, educada para una vida despreocupada y estuvo atendida por una vieja criada que con el paso de los años, se convirtió en un miembro más de la familia.
Su madre se encargó de iniciar su instrucción desde los 2 años y logró que a los 5 leyera correctamente. Más tarde se ocupó de adiestrarla en diversos oficios, para que pudiese defenderse en la vida. Mientras tanto, se solidificaba entre ellas un lazo de amistad, armonía espiritual y gran ternura, que inducía a la niña a amar a su madre considerándola lo mejor que podía encontrar en el mundo, y a la madre, centrar en su hija su único motivo de vivir.
Desde muy pequeña tuvo pasión por los libros, presentes en sus primeros juegos y el consuelo de toda su vida; pero debido a su situación social y económica no pudo adquirir una educación superior en forma oficial y se convirtió en una autodidacta. A los 10 años de edad, Amalia comenzó a demostrar inquietudes literarias y 8 años más tarde publicó una serie de poesías donde plasmaba sus sentimientos en una forma sencilla y llena de ternura.
Se convirtió en una joven triste, amante de la naturaleza, que se deprimía con el invierno y se entristecía cuando desaparecían las flores de los jardines sevillanos que recorría con placer. En uno de esos habituales paseos por los hermosos parques del Alcázar de Sevilla, acompañada por su prima y bajo la vigilancia de su madre, se encontró con un joven que le ofreció galantemente una flor dando origen a las ilusiones amorosas de la muchacha. Pero sufrió un gran desencanto al enterarse de su boda con su prometida y esa separación le dejó una profunda cicatriz que no le permitió vincularse sentimentalmente con otro hombre. Pasados muchos años, y ya anciana, tuvo un nuevo encuentro con José Álvarez, quien desencarnado se comunicó con ella desde el mundo espiritual.
Convertida en mujer comenzó a tener una gran angustia en su búsqueda de Dios; lo buscaba dentro de sí misma, sin encontrarlo y se sentía desolada; buscaba en los templos, se acercaba a imágenes de vírgenes dolorosas, de Cristos moribundos, de santos a los que atribuían milagros, de reliquias de los mártires y todo esto le dejaba el sentimiento de haber examinado una colección de antigüedades más o menos valiosas y auténticas, pero indiferentes. No miraba con prevención y prejuicio todas estas manifestaciones religiosas; al contrario, tenía un fuerte deseo y necesidad de creer, de tener explicaciones y esperanzas. Hubiera querido estar en el lugar de todas esas mujeres que se arrodillaban fervorosamente, sin pensar en otra cosa; pero no lograba ver en las imágenes nada más que obras de arte o absurdas representaciones mitológicas, incluso de mal gusto estético. No podía concebir que para amar y adorar a Dios fueran necesarias esas figuras de barro y siempre salía molesta de los templos; pero volvía, insistiendo con la intención de creer.
Cuando Amalia tenía 25 años, su madre comenzó a padecer los signos de una enfermedad incurable. Por las noches, acostumbraban pasear por los jardines circundantes al Palacio de San Telmo, en las márgenes del Guadalquivir, y durante uno de esos paseos se sintieron especialmente tristes y calladas, hasta que su madre comenzó a llorar y le confesó que temía morir y dejarla sola, sin una educación ni un oficio que le permitiera valerse por sí misma. Sólo bastaron 14 días de agonía y la desolación de la muchacha, por la muerte de su madre, fue agobiante. Los consejos de los allegados no se hicieron esperar. En esa época, en que el destino de una mujer sola no tenía muchas alternativas, lo más indicado era un matrimonio por conveniencia con un hombre mayor o el ingreso a un convento, pero rechazó ambas posibilidades.
Sus únicos parientes eran un hermano de su padre y sus hijos, a los que no la unía el afecto debido a las antiguas desavenencias familiares; no obstante, le ofrecieron una pequeña pensión a cambio de que se encargara de las tareas domésticas y de costura. Vendió sus pocos muebles y se trasladó a Madrid, esperando una vida pobre, pero sin sobresaltos. El pago de la pensión se mantuvo durante 6 meses y luego se enfrentó a una vida de privaciones, sostenida sólo con sus labores como costurera. Ante el llamado de una amiga, al poco tiempo abandonó Madrid y regresó a Sevilla, aunque tan desanimada que pensó hasta en el suicidio.
Durante este infortunio, aumentó su necesidad de encontrar consuelo espiritual apoyada en la fe, y recorrió nuevamente las iglesias buscando paz, sin encontrarla. Un día pasó frente a un modesto templo evangélico; la sencillez y austeridad la atrajeron, y sintió que el ambiente estaba de acuerdo con su temperamento. Presenció con gusto la erudición de los maestros de oratoria, aunque pronto comprendió que ninguno de ellos podía explicar la causa de las desigualdades, de las injusticias y de todas las desgracias que afligen a la humanidad, a pesar de reiterar la bondad y la justicia Divina. Sin embargo, en los templos evangélicos encontró un poco de serenidad y allí conoció a Engracia, que se convertiría en su amiga y la acompañaría más tarde, a consultar al Dr. Hysern, médico oculista y homeópata, quien le aplicó un tratamiento, aunque le advirtió que su cura era casi imposible.
Este médico se declaraba un convencido materialista y durante las frecuentes entrevistas acostumbraba hablar con Amalia de los temas que la inquietaban. En una de esas ocasiones le dijo que tal vez, él sabía quiénes podían darle las explicaciones filosóficas que ella buscaba. Según él unos "locos" que afirmaban la sobrevivencia del alma sobre el cuerpo, la vida eterna del espíritu o fuerza inteligente que da vida al organismo humano, su encarnación en la Tierra cuantas veces sean necesarias para su aprendizaje, para ir después a otros mundos; y su capacidad de adquirir conocimientos y corregir todos los errores cometidos por su inferioridad, hasta su perfeccionamiento.
"Tú, por ejemplo, tienes tus ojos como fuente de preocupaciones y sufrimientos; a esto, los cándidos e ingenuos Espíritas dirían que se trata de una prueba aún inconclusa, de que en otras existencias hiciste mal uso de ellos o cegaste a un prójimo, y ahora experimentas la rectificación, que ellos no entienden exactamente como un castigo sino la consecuencia de transgredir las Leyes Divinas"; concluyó el médico.
Ella oía ensimismada y le preguntó dónde se reunían esos "locos", como él los llamaba.
"En una casa respetable de la calle Cervantes, y entre ellos hay hombres de talento y admirable inteligencia, excelentes escritores que publican varios periódicos, por ejemplo "El Criterio" que me remiten habitualmente". Ella se interesó mucho y el Dr. Hysernole prometió conseguirle algunos. Después de leerlos, la joven volvió al consultorio y sin dudarlo afirmó que había encontrado la verdad.
Su situación económica se tornó dramática y tuvo que pedir a una amiga de su madre, algunos bonos de una Sociedad Filantrópica, que le aseguraban diariamente un plato de comida y un pedazo de pan. A pesar de su humillación, durante un año se dirigió al patio de un palacio sevillano, donde compartió su comida con centenares de pobres de todas las condiciones; lo que contribuyó para que su salud mejorara.
Amalia era una mujer con un cuerpo pequeño y frágil, de salud inestable, poco agraciada y con una deficiencia visual importante. Poseía una gran sensibilidad y tenía un carácter muy andaluz en su lenguaje y su vivacidad, así como en su conversación siempre estaba salpicada de ocurrencias. Sabía ser satírica y sus acertados comentarios sobre personas y hechos causaba sorpresa, por la agudeza de ese ser físicamente tan insignificante.
Había transcurrido más de un siglo desde que Carlos II había permitido en España la introducción de las ideas renovadoras que circulaban por Europa, y nadie imaginaba que hubiera reminiscencias de la tristemente célebre Inquisición medieval que derramó ríos de sangre en su intento de imponer el dominio religioso. Sin embargo, en 1861 se produjo el bochornoso Auto de Fe de Barcelona por el cual se incineraron las obras de Allan Kardec importadas a España, con el argumento que eran perniciosas para la moral de los ciudadanos.
El país estaba, entonces, convulsionado por diferentes tendencias: carlistas, liberales, socialistas o extremistas, y los odios y rencores diezmaban a la nación ibérica.
El Capitán Ramón Lagier y Pomares, comandante del vapor "El Monarca", embarcó hacia Barcelona, un cargamento de libros de Allan Kardec, proscriptos en el país. Le entregó algunos a su amigo, el notario y militar José María Fernández Colavida, hombre de gran corazón que había sufrido diversos reveses, con la intención de que su lectura lo reconfortara. Consiguió con creces su propósito, pues su amigo lo visitó al poco tiempo manifestándole su entusiasmo y emoción; por lo que ambos acordaron que Fernández Colavida haría una traducción al castellano para difundir la doctrina en España. En crónicas de la época se señala, que el Espiritismo empezó a propagarse por todas partes, y años después, el movimiento Espírita internacional conoció a Fernández Colavida como el "Kardec español".
Llegó a ser magnetizador y profundo psicólogo y se destacó por sus trabajos de regresión de la memoria, considerados los primeros, junto con los del Coronel Albert De Rochas en Francia.
En los ejemplares de "El Criterio", de Barcelona, Amalia leyó los artículos de Fernández Colavida y de Lagier y Pomares. Deseaba suscribirse a la revista, pero sus recursos eran precarios, por lo que decidió enviar una poesía suya como colaboración, y aceptada por el director, el vizconde Torres Solanot. Adoptó la misma táctica con "La Revelación" publicada en Alicante, y su director le ofreció una columna exclusiva en el diario.
El inicio de su obra en prosa en "El Criterio" comenzó en 1872, con el artículo titulado "La Fe Espiritista". Poco después, se vinculó con la Sociedad Espiritista Española, donde participaría por primera vez en una sesión mediúmnica e iniciaría su actividad como conferencista en 1874, en el acto de conmemoración de la desencarnación de Allan Kardec, cuando ella tenía 38 años y hacía 20 que había dado a conocer su primera poesía.
Se convirtió sin duda, en la primera mujer Espírita del mundo latino y los directores de periódicos la invitaban a escribir para sus publicaciones. Le resultaba difícil atender a tantas tareas, sobre todo porque no contaba con los elementos necesarios: papel, diccionario, tratados de gramática, ni libros de consulta de ninguna especie. Fernández Colavida en un magnífico gesto, le envió las obras completas de Kardec y toda la colección de la "Revista de Estudios Psíquicos", que él mismo dirigía.
Invitada por amigos Espíritas, pudo visitar varias ciudades, como Alicante, Jijona y Murcia, mientras residía en Madrid, donde su trabajo de costurera era mejor remunerado.
Sin embargo, a instancias de Torres Solanot, aceptó trabajar en forma permanente en la revista "El Criterio", se trasladó a Barcelona y se instaló en la casa de la familia Llach, en la Villa de Gracia, un suburbio de la ciudad. En la ciudad, le ofrecieron un trabajo de costurera con mejor remuneración, pero su anfitrión, convertido en su amigo y consejero, la instó a que se dedicara únicamente a escribir. "Costureras hay muchas, lo que faltan son escritores Espíritas", le decía.
Luís Llach era Presidente del Centro Espírita Barcelonés "La Buena Nueva", que funcionaba en su propia casa. Allí, Amalia trabajó durante años, mientras escribía para "El Criterio", con la ayuda de todos sus amigos Espíritas quienes le enviaban el material necesario.
En 1877 apareció un artículo contra el Espiritismo en el Diario de Barcelona y don Luís la incitó para que lo contestara. Al principio, ella pensó que no estaba preparada para asumir tanta responsabilidad, pero más tarde, escribió un trabajo publicado en la "Gaceta de Cataluña", merecedor de la más amplia aprobación pública.
Un año después se consagró definitivamente, con su participación en la polémica con el sacerdote Vicente de Manterola, destacado diputado de la fracción carlista, antiguo consejero del príncipe Carlos y un gran orador. El eminente y erudito prelado inició desde el púlpito, una campaña de descrédito contra el Espiritismo, afirmando que los fenómenos Espíritas eran obra de Satanás.
Amalia concurrió a la Iglesia a oírlo, intentando retener todos los detalles, y escribió más tarde, seis artículos publicados en el diario "El Comercio" de Barcelona; a los que contestó luego el prelado, en algunas ocasiones dejándose llevar por la ira y la impaciencia, sin contener los insultos, con el fin de convencer.
Simultáneamente, aparecieron en defensa del sacerdote, artículos firmados con las iniciales J. B. y P. en la "Revista Popular", a los que Amalia contestó con siete publicaciones dirigidas al "amigo incógnito"; mientras Manterola continuaba con sus sermones contra el Espiritismo, en la Iglesia del Prado.
Por su parte, el vizconde Torres Solanot, decidió invitarlo a discutir el asunto en la prensa, pero el sacerdote se negó, y anunció la aparición de un libro suyo "expresando su palabra que es la palabra divina", según su propia expresión, con el título "El Satanismo", o "La Cátedra de Satanás combatida desde la Cátedra del Espíritu Santo". Su aparición estimuló a Amalia a la réplica publicada en folletines.
Tiempo después, el editor Torrent publicó un volumen llamado "La luz", donde reunió sus artículos en el caso Manterola y los rebates firmados por J.B. y P. A causa de esta polémica pública, el prestigio de la valiente escritora se difundió en casi todos los países de habla española.
En 1879, el Sr. Llach y el Sr. Torrent le propusieron la creación de un semanario escrito y dirigido por mujeres. Así nació "La Luz del Porvenir", cuyo cuarto número no pudo salir por causa de la censura; pero continuó con el nombre "El Eco de la Verdad", hasta que vencida la fecha de prohibición, volvió al nombre original. Era leído con gran interés, aunque algunas personas pedían literatura más alegre y mundana; pero Amalia argumentaba que siendo la cronista de los pobres debía referirse a sus tristezas.
Los temas se basaban en las noticias extraídas de los periódicos y las preguntas recibidas en la correspondencia diaria, que llevaba a la mesa mediúmnica con el fin de pedir explicación y auxilio al mundo espiritual, para luego aconsejar y consolar.
Visitaba las cárceles donde, según sus propias palabras "los hombres parecían perros sin dueño, vagando por patios y pasillos, donde la sociedad reunía la imbecilidad y la crueldad, se destruía el cuerpo y se desmoralizaba el alma", e intentaba llevarles consuelo. Allí adquiría material para sus artículos, se interesaba por sus historias, buscaba orientación en el mundo espiritual, y más tarde les llevaba a los presos ejemplares de "La Luz del Porvenir", donde encontraban la explicación de sus desgracias, con el deseo de ayudarlos a tener esperanza y resignación, induciéndolos al cambio.
De la misma forma, Amalia se convirtió en defensora de los derechos de la mujer, muy limitados en su época, sobre todo en España. Desde la tribuna, ella y otras mujeres escritoras levantaron su voz reclamando para la mujer el derecho a la educación, al ejercicio de todas las profesiones con igualdad de oportunidades y salarios; a la independencia, la dignidad y la libertad moral digna de un ser racional y responsable, aún en el matrimonio y en la maternidad, aunque sostenía que estos roles estaban por encima de todos, si se basaban en el amor. Propuso la necesidad de cambiar el sistema de educación femenina vigente, apenas superficial y conforme a las costumbres de la época, que producía mujeres ignorantes, sólo con los conocimientos necesarios para conducirse en el medio social; y reclamaba el derecho de la mujer para instruirse lo suficiente para disfrutar de una lectura útil.
Había otra cuestión que preocupaba a muchos. En los cementerios se planteaba un problema a la hora de los sepelios; pues el capellán, acostumbraba a celebrar los ritos católicos establecidos, pero cuando se trataba de librepensadores que habían manifestado su deseo de ser sepultados sin rituales, los representantes de la Iglesia no lo aceptaban e incluso prohibían el entierro. "La Luz del Porvenir" se hizo eco de innumerables incidentes provocados por esta actitud y se generó una revolucionaria novedad al crearse la Sociedad Humana de Entierros Civiles, por iniciativa de Miguel Vives y Vives, cuyo objetivo era la celebración de entierros laicos y económicos. Cuando desencarnó Fernández Colavida, Amalia rompió con los convencionalismos sociales impuestos por la curia que prohibían a las mujeres acompañar al féretro para ser sepultado; escribió una poesía y la leyó delante de la tumba de su amigo. En esa ocasión se manifestó tal como Eduard Schuré la describiera: "Una mujer rebelde, y como en todos los siglos sucede, era un espíritu que pertenecía más al siglo siguiente que al siglo en que vivió".
A pesar de ser muy respetuosa de las opiniones políticas y religiosas de todos y de la libertad del pensamiento, sus debates fueron famosos por su racionalidad y su firmeza. Con los humildes era amorosa, con los poderosos firme e inflexible, con los Espíritas severa y exigente, llegando a llamar "animales anfibios", a algunos de ellos, debido a su falta de coherencia entre sus ideas y sus acciones. Su norte y objetivo eran los humildes, pero no sólo los pobres de medios materiales; pues según decía, "existían criaturas adornadas del mayor lujo que llevaban en el fondo de su ser un pauperismo desesperante". Ella jamás conservaba bienes y todo lo repartía entre los necesitados, incluso vendía los regalos que recibía, para suplir las necesidades ajenas.
Durante el extenso período de trabajo como divulgadora del Espiritismo, se dedicó también al trabajo mediúmnico acompañada por su amigo Eudaldo. Ella era vidente, pero su formación rígida y racional, haciendo presa de su subconsciente, impedía que esa facultad se desenvolviese en toda su plenitud.
En una oportunidad, estando Eudaldo en trance, un espíritu le comunicó su interés en ayudarla en su tarea. Se trataba del Padre Germán, amigo espiritual, consejero y consolador, a quien se debe su apelativo de "La Cronista de los Pobres", y quien le dictó sus memorias, luego publicadas en "La Luz del Porvenir".
Una década después de haber aparecido su primer número, la revista pasó a ser propiedad de Amalia por decisión del Sr. Juan Torrents. Escribió en sus páginas durante 20 años y la dirigió hasta su cierre definitivo en 1900, cuando ella cumplía 65 años. Con esto no concluyó su tarea de periodista, pues continuó enviando artículos para revistas de Cuba, Puerto Rico, México y Argentina.
Fue una escritora autodidacta; poetisa desde niña, no aprendió su arte en tratados y produjo famosas composiciones sentimentales, en todas las métricas, con ritmo libre a su elección. Escribía a cualquier hora, sobre todos los temas posibles, y aunque hablaba con fuerte entonación andaluza, escribía con estilo castellano. Sus artículos y poemas se publicaron en más de 15 revistas y periódicos de España, y en otros tantos de América Latina.
Debido a su condición de escritora, tuvo la posibilidad de estar en contacto con destacados intelectuales y escritores, a los que admiró por su obra, pero admitió que en varias ocasiones había sufrido una gran desilusión cuando los había visto en su medio privado y familiar, y había constatado que su capacidad intelectual no iba acompañada de adelanto ético.
Después de tantos años de trabajo periodístico comenzó la etapa de producción de libros, fruto del enorme material acumulado y convertidos en varios volúmenes; "El Espiritismo Refutando los Errores del Catolicismo"; "Cánticos" (44 canciones infantiles); "Impresiones y Comentarios sobre los Sermones de un Esculapio y un Jesuita", (rebatiendo los sermones pronunciados contra el Espiritismo por un sacerdote y un jesuita); "Consejos de Ultratumba", (historia de dos espíritus); "Historia de un Presidiario"; "Versos de Amalia"; "Memorias del Padre Germán", (historia del sacerdote convertido en su guía espiritual); "Te perdono", (memorias del Espíritu llamado Iris); "Ramos de Violetas", (selección de artículos y poemas); "Sus Más Hermosos Escritos", (publicados después de su desencarnación); "Memorias", (una parte escrita mediúmnicamente, como espíritu); "Hechos que prueban", (selección de trabajos publicados en Argentina en 1956); "Refutaciones de Amalia", (extracto de la polémica con el prelado Manterola).
Según la apreciación de Ethi Ghilbert, Amalia Domingo y Soler, como escritora perteneció a la generación del 98, de acuerdo a la designación que Guillermo Díaz Plaja dio a la generación de ilustres literatos y tribunos que menciona en su Historia de la Literatura Española, de los que dice: "Son autodidactas, batalladores, llevan a la prensa, a la tribuna y al libro sus ideas y doctrinas. Esta brillante generación de intelectuales rompe con la generación precedente. Su labor es de ansia renovadora. Rehuyen la retórica romántica. Recogen de los clásicos y del pueblo formas lingüísticas cuya fuerza expresiva no está gastada aún. Todas sus ideas adquieren, por su profundidad, una importancia y trascendencia enormes. Ellas son las que orientan, en esa época, la vida política e intelectual de España".
"Debemos lamentar", continúa Ghilbert, "la injusticia de que su nombre no figure aún en las antologías ni en la historia de las letras castellanas donde le corresponde un lugar bien merecido, pero no olvidemos, para explicarnos este silencio en torno al nombre de Amalia, que con la restauración de la monarquía en España, triunfaron y recuperaron, en gran parte, sus prerrogativas de oscurantismo y venganza los elementos clericales, con los que Amalia sostuviera las más brillantes y ardorosas de sus polémicas. Y no hubo tiempo, durante el corto período de la última República Española surgido en 1931, para reivindicar a todos los escritores de la generación del 98 que prepararon con la fuerza vibrante de su pluma el advenimiento de la democracia española. No obstante su biografía aparece en el Diccionario de Espasa Calpe, una de las enciclopedias más importantes del mundo".
La etapa final de su vida, estuvo signada por una profunda tristeza y depresión. Amalia era, según la descripción de Bernabé Morera, político español emigrado a Argentina, una anciana con figura contraída, los hombros vencidos hacia adelante, de pequeña estatura, muy frágil y rostro con surcos profundos. Ese ser con apariencia algo grotesca, con una envoltura corpórea poco estética albergaba un espíritu de artista, lleno de ternura, consagrado al consuelo de sus semejantes, los humildes, los desheredados, los tristes, los caídos, los ciegos, los enfermos y los encarcelados.
Una tarde, tuvo una visión de varias entidades identificadas como sus espíritus acreedores. Atónita, pidió que le permitieran comprender y recibió psicográficamente su mensaje: "Ya es hora de que enfrentes la realidad. Tu vida fue consecuencia del pasado". Le revelaron dos encarnaciones anteriores en las que como hombre había tenido una actitud desconsiderada con las mujeres, revivió hechos generadores de deudas espirituales y al terminar la comunicación sintió un alivio inmenso; pues comprendió. Supo que durante toda esa encarnación luchó contra el mundo visible e invisible, porque un espíritu con un gran odio hacia ella, le había enviado continuamente sus vibraciones negativas; y a pesar de que su madre al desencarnar, había creado un estado de protección a su alrededor con el fin de preservarla en cierta medida, del rencor; era necesario que Amalia aprendiera y corrigiera por sí misma. Supo que no hay odio, por grande que sea, que no se aplaque con el amor, que había llegado el momento de la reconciliación a través de ese mensaje, y tuvo entonces plena conciencia, de que tenía un enemigo menos.
En los últimos años, Amalia devolvió el amor y el consuelo de la familia Llach, ocupándose de la hija cuando falleció su madre, y poco después el Sr. Luis. Eudaldo, su amigo y el médium con el que había trabajado durante mucho tiempo, también partió y sus hijos quedaron a su cuidado; entonces, una humilde mujer llamada María, que concurría al Centro "Buena Nueva", empezó a tener manifestaciones mediúmnicas que pasaron todas las rigurosas pruebas de autenticidad a que la sometió Amalia y continuó el trabajo de Eudaldo. A ella le correspondería más tarde, servir de instrumento para que el espíritu desencarnado de Amalia terminara de escribir sus memorias inconclusas al momento de su muerte.
Amalia no podía ya luchar más, porque su salud estaba muy deteriorada. En esos días recibió la visita de la Sra. Senillosa, esposa de un espiritista argentino, amigos y admiradores de Amalia, quien se ofreció a auxiliarla. Iba acompañada por un médium vidente de la Institución Espírita a la que concurrían, y en una reunión mediúmnica recibió una videncia simbólica dirigida a Amalia: "una palma ganada con su esfuerzo", dijo el espíritu. Una vez más comprendió aliviada que ya todo estaba cumplido y se sintió pronta a partir. En la mañana primaveral, del 29 de abril de 1909, la estaban esperando su madre, Don Luis, Fernández Colavida, Eudaldo y todos sus amigos, que lucían resplandecientes.
Un gran cortejo seguía el coche fúnebre, con las más significativas personalidades del Espiritismo español y el pueblo que la amaba. Ella estaría sintiendo tal vez, las vivencias que despertaron su poesía "¡Quinientos siglos!", cuando dijo:
¿Qué es el ayer? El infinito.
¿Qué es el presente? La vida.
¿Qué es el mañana? No hay medida.
No hay cálculo circunscrito
que haga lo eterno finito,
que le dé forma y hechura
a esa existencia futura,
a esa inmensa irradiación,
a esa luz de la creación
que eternamente fulgura.